Esto podría tener repercusiones sobre su aceptación o posible uso como método de prevención
Miguel Vázquez - 16/06/2011
El pasado mes de noviembre, se hicieron públicos los resultados de un estudio denominado iPrEx, que demostraron que las personas que emplearon Truvada® (una combinación de tenofovir y emtricitabina) como profilaxis preexposición [PPrE] habían reducido en un 44% el riesgo de adquirir el VIH (véase La Noticia del Día del 29/11/2010).
Este hallazgo fue recibido con gran optimismo, pues suponía que se ampliaba la gama de herramientas preventivas contra el VIH. Sin embargo, la estrategia del uso oral de antirretrovirales como prevención no está exenta de inconvenientes, como por ejemplo, el elevado coste que tienen los fármacos o el dilema ético que implica utilizar estos medicamentos en personas no infectadas cuando tantos pacientes con VIH no pueden acceder a ellos.
Asimismo, como sucede con todas las intervenciones preventivas iniciadas por la propia persona interesada, su eficacia va a depender mucho de su disposición a emplearla. Por este motivo, un equipo de investigadores de la Universidad de California en Los Ángeles (EE UU) y Lima (Perú) examinó esta cuestión en un estudio publicado en International Journal of STD & AIDS.
En su ensayo, los autores usaron dos técnicas distintas para evaluar la aceptabilidad de la profilaxis preexposición. Por un lado, se recurrió a la utilización de grupos focales y, por otro, a una técnica denominada ‘análisis conjunto’, que habitualmente se emplea para valorar las preferencias de compra de los consumidores. Los responsables del estudio indican que es la primera vez que se utiliza esta técnica específica de investigación de mercado para determinar qué aspectos son los más valorados en la PPrE por parte de sus potenciales usuarios.
El análisis contó con la participación de 45 personas (que formaban parte de las mismas poblaciones incluidas en el estudio IPrEx: trabajadoras sexuales, mujeres transexuales y hombres que practican sexo con hombres), que fueron distribuidas en siete grupos.
En los grupos focales, las personas debatieron acerca de los aspectos sociales relacionados con la PPrE, incluyendo su conocimiento y comprensión, así como la actitud de sus iguales al respecto. En estos grupos, los participantes expresaron su deseo de que la intervención profiláctica tuviera una eficacia del 100%.
Los resultados de los debates en los grupos focales evidenciaron que, a pesar de que el precio fue un aspecto destacado, los participantes mostraron también su preocupación por otros temas, como la desinhibición del comportamiento sexual, el potencial estigma relacionado con el uso de la PPrE y la falta de confianza de los profesionales sanitarios.
Por su parte, en el ‘análisis conjunto’, a las personas que formaron parte del estudio se les pidió que calificaran dos opciones posibles dentro de siete escenarios hipotéticos, y se les solicitó que puntuaran dichas opciones en una escala de cinco puntos (desde ‘sin duda lo aceptaría’ hasta ‘sin duda no lo aceptaría’).
Este análisis reveló que la circunstancia preferida fue una intervención barata (unos 10 dólares al mes), de elevada eficacia y de uso intermitente (deseaban que se pudiera administrar antes de practicar sexo). Los autores consideran que se trata un escenario poco realista, ya que su precio presumiblemente será mayor, se debería administrar de forma diaria (con independencia de si se prevé practicar sexo o no) y su eficacia no sería perfecta. Sobre este aspecto, los investigadores esperaban que el importe fuera un factor relevante, pero se vieron sorprendidos por el hecho de que los participantes le dieron la máxima importancia, por encima incluso de la propia capacidad preventiva de la PPrE.
Los responsables del estudio señalan que éste tiene ciertas limitaciones que impiden generalizar estos resultados a todas las personas en situación de riesgo de adquirir la infección; no obstante, afirman que se deberían realizar más ensayos similares con otras poblaciones y otros entornos.
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